Uno de mis pacientes me preguntaba si podía definir la sensación de un gran malestar emocional que estaba sintiendo desde hace tiempo; ante aquella cuestión, pensé unos momentos si yo tenía la suficiente capacidad profesional para adentrarme en un terreno, que más que corresponder al área médica, más bien debía ser abordado por los especialistas en psicología, psiquiatría o por los terapeutas calificados para atender alteraciones emocionales que suelen evidenciar una profunda herida interior.

Antes de que pudiera contestarle, aquél hombre de semblante triste, que reflejaba una manifiesta actitud de rendición, ante una fuerza desproporcional, que había agotado hasta la última reserva de su energía física y mental, pero, que dejaba entrever, que se había refugiado en un espacio vital donde reinaba el espíritu, de ahí que podía aún contar con la suficiente voluntad para buscar ayuda.

Queriendo obviar tiempo para que fuese atendido con prontitud por algún experto, le comenté con sutileza, que recomendaba que su caso fuera atendido por un profesionista especializado; entonces él me respondió que lo que lo había traído a mi consulta era la confianza y eso fue suficiente para desarmar mi resistencia.

Y el hombre habló de sus problemas como si yo fuera su confesor, lo escuché con atención y en cada una de las etapas donde se asomaba el origen de aquel dolor de inicio indescriptible, se fue evidenciando la presencia de la desolación, y al término de la narrativa de su hondo y penoso sentir, mi paciente comentó: _Yo sé que usted sí me entiende.

Entonces buscó entre las cosas que traía en un maletín y sacó un espejo y me lo acercó a la cara y me preguntó: _¿Qué ve usted en el espejo? ambos caminamos por el desierto de la desolación, por un motivo u otro, y no somos los únicos, cada vez hay más personas que sufren de la misma dolencia, porque no faltan en la vida los factores que van erosionando nuestra resistencia, hasta que logran alcanzar la parte más íntima de nuestro ser y cuando buscamos apoyo en quienes están más cerca de nosotros, resulta que no pueden ayudarnos porque están ocupados en tratar de salir bien librados de su propia lucha contra la adversidad.

Al llegar a mi casa, después del término de mis labores, me dirigí inmediatamente al espejo más cercano, quería cerciorarme de que no estuviera reflejando el sentimiento de la desolación, me sentí aliviado al ver en mis ojos la luz que mantiene encendida la esperanza de una vida nueva, y sentí también, cómo mi espíritu se encontraba en buen resguardo gracias al amor de Jesucristo.

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