La historia, todos lo sabemos, suele repetirse.
Pero lamentablemente, lo que también se repite es la obstinación por no entender sus lecciones, en una confirmación de que el ser humano es el único animal que se tropieza una, dos y hasta tres veces con la misma piedra.
Y en nuestro país, en la opinión de su servidor estamos viviendo una especie de “deja vu” –ya españolizada la expresión– tanto en el origen como en las consecuencias de un hecho, trágico por cierto, ya vivido.
Lo expongo en una pregunta: ¿Recuerda el caso Monterrey en el sexenio de Luis Echeverría Alvarez?
Muchos son jóvenes para dimensionarlo, pero fue un parteaguas en la historia política nacional, cuando un grupo de empresarios, el más poderoso del país, se enfrentó abiertamente a un Presidente de la República. A pesar de ser sólo un sector del capital privado, tuvo la fuerza para moverle la alfombra a Echeverría y provocó un enfrentamiento que alcanzó su momento álgido con la muerte de Eugenio Garza Sada a manos de integrantes del movimiento 23 de Septiembre, atribuida en su autoría aunque nunca comprobada, al propio mandatario.
Tal vez peque de catastrofista, pero la pugna de ese tiempo comparada con la que el país vive hoy, en donde no es sólo un sector el protagonista sino gran parte de la sociedad, a unos días del cambio de titular del Poder Ejecutivo federal, parece un paseo por el campo ante la magnitud del escenario actual.
Nunca –y he vivido como testigo seis transiciones sexenales del gobierno federal– he presenciado y en cierta forma vivido un clima político y socioeconómico tan inestable, tan ferozmente dividido, tan radical en sus posturas antagónicas y tan preocupante, como el de ahora.
¡Y ni siquiera ha empezado el nuevo gobierno!
No sé qué efecto le cause esto a usted, estimado lector. Tal vez le importe poco o mucho, pero a mí pensar en una infausta réplica de ese pasado tenebroso me quita el sueño.
Me sucede eso porque no veo el menor ánimo de reversa en ese choque de trenes. Por un lado el poder político –fragmentado por cierto– y por el otro el financiero cada vez más unido, en un divorcio doloroso que amenaza con algo más que una separación y se acerca a una pelea cuerpo a cuerpo, como en la lucha libre extrema, sin reglas y sin límite de caídas. Y hasta ahora ningún bando ha dado o pedido una tregua.
Quién sacará la mejor parte de esta confrontación digna de un cuadrilátero pugilístico no lo sé. Lo que sí me parece posible como escenario cercano es lo que sucede cuando fuerzas prácticamente iguales se colisionan.
Ninguna de ellas sale ilesa y para colmo un tercero suele ser la lona donde se dan todos los costalazos: el pueblo, sin distinciones de dinero o preparación. Todos, para ser más claro.
Cordura, ¿Dónde estás?…

Y NO ES COMPLOT
Como decían los abuelos: Numeritos hablan.
El desplome, prácticamente caída libre en el nivel de aceptación social de Andrés Manuel López Obrador, debería levantar las antenas no sólo del inminente Presidente de México, sino de todos sus colaboradores.
Perder nueve puntos en tres meses, sin siquiera haber empezado a gobernar, no puede ser visto de otra forma que como un desastre. Para medirlo, baste traer a colación el descenso de popularidad de Enrique Peña Nieto, a quien le llevó dos años dejar ir una cifra semejante en la calificación de sus acciones. Y ya co9n el bastón de mando en sus manos.
Ojalá que el Presidente Electo no tome esa caída como otro complot o conspiración de la que llama mafia del poder. Ojalá que valore lo que está perdiendo, que él mismo ha dicho que es uno de sus mayores valores:
La confianza de los ciudadanos…

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