Ayer tuve la fortuna de caminar junto a mi nieto mayor, al verlo de reojo, sentí mucho orgullo, él tiene quince años y casi está de mi estatura, que es actualmente de un metro con ochenta centímetros; hablamos de mi presente y de su futuro, me preguntó si yo nunca había tenido dudas en lo relacionado a lo que pretendía estudiar, que si siempre supe que estudiaría la carrera de médico, le respondí con la verdad, le dije: Dudas siempre vamos a tener en un momento tan importante de nuestra vida, como lo es el decidir nuestra profesión; yo tenía una inclinación muy especial al cuidado de los animales. El me interrumpió y dijo: Ah, entonces tú querías ser Veterinario, y no médico humano, entonces ¿por qué estudiaste esa carrera? Le respondí: En un momento de incertidumbre como en el que tú te encuentras ahora, yo me puse a meditar y llegué a la conclusión de que, efectivamente, amaba a los animales, pero descubrí algunas cosas que me hicieron cambiar de parecer, entre ellas, el hecho de que los animales siempre parecían vivir en armonía, no deseaban otra cosa que ejercer a plenitud todo lo que les dictara su naturaleza, no parecían preocupadas por lo que ocurría en su entorno, de alguna manera u otra, encontraban la forma de resolver sus necesidades básicas, como comer, beber agua, reproducirse, dormir, así como disfrutar de los juegos propios de su especie; a su manera se respetaban entre ellos y respetaban el liderazgo de aquellos que sobresalían, y lo seguían; en un momento dado de mi meditación, supe que lo que me estaba ocurriendo, se debía a que anhelaba aquella forma de vida de otras especies, porque mi vida venía atravesando por una tormenta interminable, por falta de armonía entre mis padres, llevaba arrastrando una cadena muy pesada, formada por eslabones de miedo, inseguridad, enojo, ansiedad, depresión, y no sabía en qué momento podría romper esa cadena que cada vez pesaba más, hasta que pedí que alguien me ayudara con ella o me ayudara a romperla, entonces apareció en mi vida tu abuela, una joven hermosa, tierna, con la capacidad de escuchar, pero también de demostrar que poseía una enorme fuerza, y estaba dispuesta a compartirla conmigo; la palabra mágica para romper la cadena se llamaba amor, sí, nos enamoramos y la cadena empezó a perder eslabones; entonces ya no busqué mi paz entre los animales, porque me di cuenta, que con amor podía crear el mundo que yo deseara, y más, cuando conocí que la fuente más importante que alimentaba la fuerza del amor, provenía de un Padre que igual nos amaba, y nos obsequiaba todo lo necesario para encontrar la paz que también les había dado a las otras especies. Ese Padre me enseñó el camino para saber cuál carrera debería de seguir, pues uno de sus mandamientos me invitaba a amar a mi prójimo como él nos ama, e hice del dolor de otros mi dolor, para tener la misericordia que yo había recibido del Padre.
Esa es mi historia, si tú te das la oportunidad de amar a tu prójimo, podrás descubrir lo que deseas ser en tu vida e irás rompiendo las pesadas cadenas de incertidumbre que te hacen dudar de que puedes tomar tus propias decisiones, porque son muchos los que se equivocan al hacer oídos sordos al llamado del Padre Celestial, por preferir escuchar otras voces, que les hace más penoso el camino del conocimiento del verdadero significado de la vida.

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