Eran los albores de los ochenta.
Quien escribe, en ese tiempo reportero del desaparecido periódico El Heraldo de Tampico, cubría el último informe del entonces gobernador de Tamaulipas, Enrique Cárdenas González, precisamente en Ciudad Victoria.
Como era costumbre en la salida de los gobernadores, del gobierno federal enviaron al evento como representante a un segundo nivel en la estructura institucional. En este caso era Miguel Angel Barberena, a la sazón Subsecretario de Comunicaciones y Transportes.
Durante la comida posterior al informe, aproveché un momento de relajamiento del funcionario y me lancé a entrevistarlo. Aceptó de buen talante y un poco eufórico por los coñacs ya procesados me dijo: “Te voy a dar un notición. Apúntale”. Y lo era para los tamaulipecos y en especial para el sur del Estado.
“Antes de un año se construirá el tramo ferroviario que falta para unir a Túxpam, Veracruz, con la Ciudad de México. Es un hecho”, me dijo.
De lo que hablaba Barberena era del tendido de sólo 80 kilómetros que faltaban para armar un circuito ferrocarrilero que uniría a la capital del país con todo el norte, pasando por Tampico, Victoria y Monterrey, además de enlazar a San Luis Potosí y abarcar prácticamente a todo el centro del país. Lo curioso era que lo que ya estaba operando databa del porfiriato.
Sólo 80 kilómetros. Y era 1980.
Hoy, 38 años después, esa obra sigue sin concretarse. Los intereses del imperio transportista lo impidieron con la complicidad de los gobiernos federales sucesivos cuyos próceres se hartaron de ganar dinero manteniendo postrado al tren. El de carga, desde luego.
Y hoy también, asoma en el horizonte nacional otro escenario vinculado con ese pasado: el ya famoso Tren Maya, una de las obsesiones casi enfermizas de quien será el siguiente Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
Muy lejos estoy de ser un experto ferroviario, pero me considero cerca del sentido común, aunque en ocasiones no lo parezca por lo que escribo. Pero aún así me atrevo a expresar mis dudas en ese terreno.
¿En verdad creen que se puede armar en tres meses, como ellos dicen, un proyecto ejecutivo confiable para una obra de esas dimensiones?
¿Creen también que lo terminarán y operarán al ciento por ciento en el tiempo de Andrés Manuel?
Bueno, ya entrado en gastos, lanzo mi gato a retozar.
Para empezar, un proyecto ejecutivo serio y confiable para una obra que costará 150 mil millones de pesos en mil 500 kilómetros –le agregaron 600 más en una ocurrencia de AMLO– no puede elaborarse en menos de un año. Son inmensas sus consecuencias económicas, ambientales, sociales, geológicas, patrimoniales y vaya usted a saber en cuántos rubros más impactará. Sólo pensar en analizar eso debe quitar el sueño.
No es todo. Los tres años en que dicen lo realizarán, no alcanzarán ni su costo será el presupuestado. Sólo tomando en cuenta las inclemencias climatológicas de esa zona como ciclones y lluvias diluvianas que se prolongan por meses, serán una tragedia en pérdida de tiempo, lo que elevará su costo en cientos de millones –tal vez un millar más– y lógicamente, en tiempo de conclusión. Y no hablemos de la peregrina idea de utilizar mano de obra en lugar de maquinaria. Uff.
¿Quiere su tren don Andrés?…¡Pues hágalo!
Sí, claro que sí. Pero sujeto a las necesidades reales del transporte en esa zona, no a delirios faraónicos que tanto daño hacen a la economía.
No le vaya a suceder lo mismo que con el tramo de Túxpam a México, que después de 38 años se ha convertido en una leyenda urbana y en una anécdota para contarle a los nietos.
La diferencia sería que aquel anuncio de Barberena no castigó a las finanzas de México porque nunca se puso un durmiente o un riel. Emocionó en su momento, pero de ahí no pasó.
Pero cuidado con el Tren Maya. S se lleva a la realidad como todo lo indica, costará ciertamente más que esos 150 mil millones de pesos anunciados. Y dos o tres problemas reales de primerísimo nivel que sufre México, seguirán esperando una mente lúcida que voltee a verlos…
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