Hay un mal que parece estar atacando a nuestra sociedad. Algunos lo llaman conformismo, otros mediocridad o desilusión; hay quienes lo consideran un padecimiento propio de la modernidad. Incluso, algunas universidades ya es motivo de estudio bajo diversos enfoques. Pero si miramos hacia la historia, encontramos que este fenómeno ya fue analizado a través de varios ángulos por José Ortega y Gasset desde el plano político; Max Weber desde el sociológico; y, Friedrich Nietzsche desde el filosófico.
En su libro “La Rebelión de las Masas” José Ortega y Gasset se refirió al concepto de hombre masa, y, para explicarlo, citó a Goethe, quien afirmaba que “vivir a gusto es de plebeyo; el hombre aspira al orden y ley”. Con esta cita, Ortega distingue entre el hombre masa y el hombre noble, la diferencia no está en lo que tienen, sino en lo que buscan. El primero vive sin rumbo; el segundo, se da a sí mismo una dirección. Para Ortega el hombre noble no es un aristócrata, sino una persona con un profundo sentido del deber, que representa a la minoría selecta, ejercida por los más capaces, encargada de impulsar el progreso humano. La razón por la que el fenómeno del hombre masa se fue fortaleciendo se debió, en gran parte, al surgimiento de los totalitarismos en Europa. Durante su auge, las masas desilusionadas por la crisis económica y moral de la posguerra buscaron lideres fuertes —como Mussolini o Hitler—, y esa entrega del pensamiento individual dio paso a regímenes autoritarios que limitaron la capacidad de pensar por sí mismos y llevaron a los pueblos a entregar su libertad a quienes prometían resolverlo todo.
La explicación de Ortega y Gasset se refiere a que el hombre masa no es nuevo, pero su dominación social sí lo es. En el pasado, también existió; sin embargo, en ningún momento representó el rumbo de la vida pública. En esa época, la crisis moral y espiritual que dejaron las guerras abrió paso a una mayoría, desorientada, sin ideales ni rumbo, que terminó por convertirse en una sumisión que domina, obedece sin notarlo y se acomoda sin pensar. Este conformismo social, tal como lo analiza Ortega y Gasset —y en cierto modo Goethe— muestra que ante la comodidad de obtener sin esfuerzo lo que se tiene, el hombre paulatinamente empezó a dejar de buscar, a perder el impulso de superación y a instalarse en una brecha de comodidad.
Por otra parte, desde la perspectiva sociológica, Max Weber en su obra Economía y Sociedad, describió como el progreso racional y el crecimiento de la burocracia moderna había sido capaz de transformar la vida humana en un sistema de reglas, jerarquías y procedimientos, que, aunque eficientes, terminarían por convertir al ser humano en un engranaje sin conciencia. De ahí su frase, en la cual se refiere al hombre contemporáneo, que dice: “es solo un piñón de un mecanismo en movimiento imperfecto”, pensamiento que refleja una pérdida de autonomía dentro de una estructura cada vez más técnica e impersonal. Weber expone que las leyes, la economía, la burocracia, la religión, la moral, las costumbres y las instituciones son estructuras que se forman a partir de las ideas y creencias colectivas, las llama comprensiones colectivas que terminan moldeando el pensamiento y la conducta de las personas hasta el punto de influir o de limitar su propia libertad interior. El hombre burocrático de Weber se habitúa a la rutina sistemática como si fuera destino y abandona su propia creatividad y pensamiento.
Desde la óptica filosófica de Friedrich Nietzsche, —un pensador que según Sigmund Freud alcanzó el grado más alto de introspección—, nos habla de dos tipos de hombres que se enfrentan. El “último hombre” es aquel que vive sin ideales, mientras que el “superhombre” es el creador, libre y responsable de sí mismo. Para Nietzsche los ideales que pretenden representar un mundo perfecto e inalcanzable conducen a una ilusión vacía, y, por ello, deben eliminarse. En cambio, los ideales que permiten afirmar el mundo real, con sus fallas, límites y contradicciones, son los que dan sentido a la existencia humana. Ese mundo imperfecto y cambiante es el único espacio donde el hombre puede vivir su realidad tal como es, capaz de luchar, transformarse y superarse; esa es la persona que Nietzsche llama “superhombre”.
El pensamiento de Ortega y Gasset, Max Weber y Friedrich Nietzsche, aunque nacieron en distintos contextos, hoy nos permiten reflexionar y coinciden en advertirnos un mismo peligro: la perdida de individualidad y realidad frente a la masa y al sistema. Será que la mediocridad esta ya presente en nuestro camino o debemos llamarle conformismo. ¿Las democracias están siendo gobernadas por lo que Ortega y Gasset denominó el hombre-masa? O quizá debemos decir que el hombre burocrático de Max Weber abandonó su criterio independiente y ahora a través del proceso sistematizado y programado es capaz de sustituir su propio pensamiento. También, es posible que el “último hombre” sin ideales de Nietzsche, sea lo buscado y prometido por algunos lideres de un mundo perfecto donde en apariencia todo funcione correctamente.
Hoy el mundo nos está sorprendiendo de muchas formas, es como estar en medio de un campo y no decidir, ni saber que camino elegir, porque hay una saturación extrema de información que nos distrae por completo de lo importante. Si nos enfocamos a lo económico, el mundo es un verdadero caos, el ser humano se mide por su productividad y no por su esencia. En lo social, la opinión colectiva está sustituyendo casi por completo la conciencia personal. En lo político, algunos lideres se han apoderado de la narrativa de lo que realmente importa. Las Constituciones Políticas que hoy rigen la sociedad, aunque no perfectas, buscan el deber ser, plasman a lo que aspiran todos los ciudadanos, una república democrática y federal con ideales y principios claramente definidos. Pero ahora parece que hemos permitido que pierda su esencia. ¿Seguirán siendo todavía constituciones formal y materialmente hablando?
¿Cómo debemos ser recordados en esta época por la historia? Como una generación que pretendió solucionar los problemas importantes por medio de las redes sociales, buscando un momento protagónico en un mundo virtual, donde se proyecta la solución de problemas que jamás se actualizan, ni implementan en la realidad. Es ante este falso mundo digital, en que perdemos el rumbo escuchando y exponiendo las formas más absurdas de razonar. Mientras una realidad perturbadora acecha nuestro país.