En una ocasión, cuando mi nieto Emiliano tenía seis años de edad me dijo: Abuelo, quiero trabajar. Le contesté: Ya trabajas. No abuelo, no tengo trabajo. Claro que lo tienes, estás en la escuela y yo te veo trabajar diariamente cuando te pones a hacer la tarea.
Pero con ese trabajo no gano dinero. Bueno, en estos momentos no, pero más adelante, el prepararte te dará la oportunidad de tener un trabajo bien remunerado. Emiliano insistía en que le diera trabajo, porque necesitaba dinero y le pregunté: ¿Y para que quieres dinero? ¿Acaso no te compramos tus antojos? Claro abuelo, pero lo que necesito comprar no es para mí. Entonces ¿para quién es? Quiero comprarle una casa a mi mamá. Pero si ya tienen una casa. No abuelo, esa casa no es de ella, yo quiero que tenga una casa suya. En ese momento llegó a mi mente un recuerdo de mi niñez, yo también anhelaba comprarle una casa a mi madre, porque vivíamos rentando casas, y eso causaba un sentimiento de inseguridad en todos, principalmente en ella, porque pensaba ¿Cómo le haré el día en que no podamos pagar la renta? Cuando se es niño y el temor te crea pensamientos angustiosos, el amor por nuestra madre nos hace suponer que no importa la edad que se tenga, siempre habrá una forma para solucionar los problemas, de ahí que entendía perfectamente a mi nieto, entonces le dije que si me permitía contarle una historia, él se sentó a mi lado y puso sus manos sobre su mentón, recargando los codos en la mesa y me pidió le contara la historia: Cuando tenía tu edad, yo también quise comprarle una casa a mi mamá, pensé mucho en cómo podría obtener dinero para ahorrar, porque me dije, las casas cuestan mucho dinero y la única forma de tenerlo es trabajando, entonces esperé la llegada las vacaciones grandes, para solicitarle trabajo a Don Virgilio Caballero, mi abuelo materno, que se dedicaba al comercio, y entre las actividades de sus negocios estaba la compra y venta de huertas de cítricos y otras frutas. Cuando llegó el momento, me acerqué a él y sin más le pedí trabajo; él me vio de arriba para abajo y me contestó: No tienes altura para trepar por una escalera y ponerte a pizcar naranjas, no te puedo dar trabajo en la carnicería porque es peligroso, en la tienda de abarrotes, apenas estás aprendiendo a leer y escribir y no sabrías hacer cuentas, aunque, podrías ayudarle a tu tía Chonita a acomodar la latería y mantener limpia la tienda, pero, tendrías que hablar con ella; ahora que recuerdo, el huerto del traspatio necesita que se le hagan surcos para el riego, pero el azadón y el talache son pesados todavía para ti, pero si quieres calarte, te advierto que te tienes que levantar muy temprano, porque mínimo son ocho horas de labor. Mi abuelo no me quitaba el ojo de encima para ver mi reacción, esperando que dijera algo o de plano, me diera por vencido, pero, cuando dijo ¿cómo la ves, le entras? Rascándome la cabeza le pregunté: ¿Temprano será a las seis de la mañana? No, temprano es a las cinco de la mañana.
¿Entonces me das trabajo? Bueno, vamos a calarte una semana y si aguantas, ya veremos. Oye abuelo, y ¿como cuánto me vas a pagar? Lo que le pago a todos los peones, ¿estás de acuerdo? Claro abuelo, me parece justo.
Emiliano, mostró un poco de desánimo y me dijo. Oye abuelo, pero si tú no te dedicas al comercio, en qué podría yo trabajar contigo. Bueno, mi auto necesita lavarse, tengo que ir siempre presentable al trabajo y mis zapatos deben de lucir como nuevos, los vidrios de las ventanas de la casa necesitan limpiarse, trabajo sobra, lo que falta son ganas. ¿Y como cuánto me pagarías por ese trabajo? Mira, para que veas que quiero ser justo, has una lista de todo lo que te pedí que hicieras y ponle precio; Emiliano no tardó mucho y le puso precio a cada una de las cosas, cincuenta pesos por lavar el auto, veinte pesos por cada par de zapatos, veinte pesos por cada ventana; treinta pesos por lavar los trastes, veinte pesos por sacudir los muebles.
Me parece bien, ¿cuándo empezaras a trabajar? Bueno, ya lo dijiste, cuando lleguen las vacaciones largas, pero mientras podrías adelantarme algo, tú sabes, dicen que es de buena suerte tener una alcancía con un poco de dinero. Le pedí me llevara la alcancía, pero dijo que apenas la iba a conseguir. No es necesario, le dije, yo te compraré una; y así lo hice y se la entregué con algunos pesos dentro, él la sonaba como si se tratar de una sonaja, y quería adivinar cuánto dinero le había puesto; antes de retirarse me dijo: Oye abuelo ¿y al final pudiste compra la casa a tu mamá? La verdad, no, y no fue por falta de ganas, cuando fui creciendo, me di cuenta del inmenso poder que tienen las madres cuando no les falta el amor de sus hijos, ella me acompañó, y no me dejó solo en ninguna de las etapas de mi desarrollo, de niño nunca me falto alimento, me vistió, me dio un hogar seguro para que no me sintiera desvalido; procuró no me faltara nada cuando estudié mi carrera, me ayudó a instalar mi consultorio al término de mi carrera; hizo tantas cosas por mí, que nunca acabaría de pagarle, y lo único que me ha pedido siempre, es que sea feliz y que no deje de amarla como siempre la he amado. Por cierto, ella se compró solita su casa, y nos hospedó a todos sus hijos en ella hasta que pudimos comprar nuestra propia casa.
No se te olvide Emiliano, que el hogar más seguro de los hijos, A está en el corazón de las madres, y que las madres, más que necesitar una casa, necesitan del amor de sus hijos.
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