Yo no sé usted, mi estimado lector, pero mi madre siempre ha sido para mí un refugio de paz, no ha habido una sola ocasión en que busque su compañía cuando mi estado de ánimo esta decaído, que no me reconforte el acudir a ella, de hecho en esta nueva etapa de su estado físico, mi alma no ha requerido de su voz para sentir el alivio, y es que el amor es un lenguaje universal que puede expresarse por múltiples medios, en estos momentos de silencio absoluto, mi madre me habla a través de su mirada y la hermosa luz que emana de sus bellos ojos va directamente a mi corazón, y este responde con un ritmo pleno de vigor y de esperanza. He aprendido tanto de ella en estos meses de postración involuntaria, que podría asegurar que la perfección de nuestro ser es cosa divina, porque si un puente se rompe por circunstancias no deseadas, nuestro cuerpo lo suple con miles de conexiones alternas para no dejar de estar comunicados; si acaso por estar acostumbrados sólo a utilizar una parte de nuestro potencial, cuando se presenta la necesidad, el cuerpo tan especial con el que fuimos dotados, buscará restablecer todo lazo afectivo, para que las vibraciones que emanan de nuestras emociones, puedan ser descifradas y siga fluyendo la comunicación.
Yo no sé usted, mi estimado lector, pero si aún tiene la fortuna de tener a su madre, como yo la tengo, recuerde que la edad no es un impedimento para seguir acudiendo a refugiarse en ella, porque las madres están tan cerca de Dios, que no dude que el Señor habla a través de ellas, para decirnos aquello que siempre estamos esperando escuchar de un ser tan bendecido: No te preocupes hijo, no pasa nada, te sigo amando con todo mi corazón y siempre estaré contigo, como Dios está siempre con nosotros.
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