“Y habiendo dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo*: Yo no encuentro ningún delito en Él. Pero es costumbre entre vosotros que os suelte a uno en la Pascua. ¿Queréis, pues, que os suelte al Rey de los judíos? Entonces volvieron a gritar, diciendo: No a este, sino a Barrabás. Y Barrabás era un ladrón.” Juan 18: 38-40

Poncio Pilato, fue el quinto procurador romano de Judea, ocupa un lugar polémico en los relatos de la Pasión de Cristo. Su figura quedó marcada por un episodio decisivo: la sentencia de muerte de Jesús de Nazaret. Aunque declaró no encontrar culpa alguna en él, terminó cediendo al clamor popular que pedía su crucifixión. Aquella decisión desencadenó una serie de acontecimientos que consolidaría al cristianismo como religión independiente del judaísmo.

La escena más recordada de su intervención —y que ha trascendido los siglos— es la de Pilato lavándose las manos. Para algunos, fue un gesto de prudencia política; para otros, la renuncia más evidente a hacer justicia.
Hans Kelsen, jurista y filósofo del derecho, llegó a considerar a Pilato como el “perfecto demócrata” o un modelo de democracia relativista. Según este enfoque, no existe una verdad o justicia absoluta en el ámbito jurídico; toda norma y todo valor dependen del sistema normativo que los genera. Por ello, el derecho —afirma Kelsen— debe estudiarse “puro”, sin mezclas con ideologías políticas o juicios morales.

Hoy, muchas figuras de poder enfrentan el mismo dilema: actuar conforme a la ley y la justicia o inclinarse ante la conveniencia política. En México, la Constitución, en su artículo 89, fracción XIV, otorga al Presidente o Presidenta de la nación la facultad de conceder indultos. Bien ejercido, el indulto puede ser un instrumento para reparar injusticias; mal utilizado, se transforma en un “lavado de manos”, una salida para eludir decisiones difíciles pero necesarias.

¿Qué es lo correcto: actuar conforme a la justicia o seguir lo que la mayoría define como justo? Como dicen, al pueblo pan y circo. Vivimos en una democracia —un sistema por el que se luchó durante décadas— y que ha permitido avances significativos en nuestras leyes en temas como el matrimonio, la vida y la muerte, o la salud y libertad sexual, entre otros. Sin embargo, para algunos, esas decisiones no representan lo correcto; para otros, son el reflejo legítimo de la voluntad popular.

La pregunta permanece, ¿estamos actuando bien o simplemente repitiendo patrones? Estamos en una época donde la tentación de “lavarse las manos” suele disfrazarse de prudencia o neutralidad. Pero la verdadera justicia y el cumplir con los programas públicos exigen asumir el peso de las decisiones, aunque resulten incómodas, aunque tengan consecuencias.

No se puede confiar ciegamente en las personas o multitud para hacer lo que es correcto, es bueno rodearnos de individuos sabios a los que podamos ir en busca de consejos, pero es importante darse cuenta de que a veces incluso ellos, se equivocan. Pilato eligió la voluntad del pueblo por encima de la convicción de su conciencia. El desafío para nosotros es no repetir ese gesto bajo el pretexto de quedar bien con un sector político o social.
FUERA DE LUGAR…Las vacaciones de verano movieron y evidenciaron muchas cosas, esperemos que con la entrada de otoño, esas evidencias se transformen en acciones.
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