Hay dos anécdotas que me ocurrieron hace algunos años que me llamaron mucho la atención, y en ambos casos se trata de las relaciones de México (o Latinoamérica) con Asia, es decir, que tienen que ver con el orbe del Pacífico, para decirlo de alguna manera.

En primer lugar, recuerdo que conversaba con un amigo diplomático peruano, en mis años en Europa, que había podido estar en Filipinas, ante lo que me hizo una afirmación contundente que hasta parecía juego de palabras: Manila es Lima, me dijo. ‘Visita sus centros históricos, prueba su comida, respira el ambiente y sentirás que estás en el mismo lugar.

Tiempo después, ya en ciudad de México, ocurre que conversaba también con un diplomático pero en este caso filipino, que al hablarme de lo mucho que le gustaba ciudad de México, y su centro histórico particularmente, me dijo que, de hecho, en Filipinas al mercado sobre ruedas se le llamaba tianguis. ‘¿Tianguis?’, le dije, ‘pero si esa es una palabra de origen náhuatl’, a lo que me respondió: ‘sí, en efecto, tianguis, en Filipinas, como en México, nosotros también tenemos tianguis’, luego de lo cual hablamos también del hecho de que dos de las representaciones más intensas, realistas y “dramáticas” del viacrucis de Semana Santa en el mundo entero son los que se llevan a cabo, precisamente, en Manila, Filipinas y en Iztapalapa, ciudad de México.

La moraleja de todo esto es que hay más relaciones entre Asia, el Pacífico y México (y Latinoamérica) de lo que solemos recordar, cosa que por lo demás me fue posible a mí constatar en carne propia cuando tuve la responsabilidad de encabezar la Secretaría de Turismo del gobierno del estado de Guerrero, y concretamente por la centralidad que Acapulco tiene para el estado en términos turísticos a través del contacto con todo lo cual pude advertir, a su vez, el peso histórico que tuvo el puerto a lo largo de los siglos.

La razón por la que no se tiene la suficiente consciencia histórica respecto de ese “orbe del Pacífico” mexicano es porque se trata de un período desplegado en la etapa virreinal novohispana, y que por tanto, al ser un período eclipsado u oscurecido por la historiografía nacional y nacionalista –que niega en bloque ese período, por decirlo de algún modo–, ocurre entonces que, literalmente, nadie sabe mayor cosa al respecto, porque si en Filipinas se usa un término en náhuatl como tianguis es porque había una plataforma muy concreta, el imperio español, a través de cuyos dominios se podía desplazar el término en cuestión, pero si lo que se hace con todo ese período es negarlo en bloque y condenarlo así nomás, entonces pasa lo que pasa: que nos quedamos sorprendidos luego por las conexiones aparentemente inusuales entre Filipinas y China con México cuando en realidad se trata de por lo menos trescientos años de relaciones económicas, culturales, sociales, religiosas, lingüísticas, etc. 

El día de mañana, se presentará en el Seminario Permanente sobre China del Espacio Cultural San Lázaro de la Cámara de Diputados un libro muy breve pero interesantísimo sobre todas estas cosas, titulado “La plata y el Pacífico: China, Hispanoamérica y el nacimiento de la globalización, 1565-1815”, de Juan José Morales y Peter Gordon, con prólogo de María Elvira Roca Barea, en donde se explica el proceso ciertamente fascinante mediante el que España y Nueva España tuvieron un papel de primer orden para los efectos de encontrar el camino de regreso de Asia en dirección a América (y de ahí a Europa, se entiende) que permitiera establecer una ruta mucho más corta a la habitual, logrando entonces que, de hecho, y ni más ni menos, ciudad de México terminara por convertirse, en palabras de los propios autores, en la “primera ciudad global”.

Se trata de “la ruta de la plata”, pero también de las especias, que se mantuvo entre Manila y Acapulco durante más de dos siglos (el tal vez para algunos famoso “Galeón de Manila” o “Nao de China”), que fue la primera parte: Veracruz-Sevilla fue la segunda. La clave es Andrés de Urdaneta, ¿por qué?

Porque él fue el navegante español que pudo encontrar ese camino de regreso desde Filipinas a Acapulco (a donde llegó en octubre de 1565), a través de la cual fue entonces posible abrir, literalmente, el Pacífico al mundo en todos los sentidos.

A partir de todo el comercio que se abalanzó sobre Acapulco, y se desplazó a ciudad de México, fue que se estableció en el Zócalo el parián, que es un término de origen tagalo (la lengua hablada mayoritariamente en Filipinas, ésta es la cuestión) que significa “mercado”. Para los autores del libro, ‘el parián es el primer barrio chino en América, y es también el nombre del barrio chino en Manila’. Las conexiones no dejan de ser sorprendentes.

La presentación es a las 10 AM de mañana jueves, y puede seguirse por las redes sociales tanto del Espacio Cultural San Lázaro como de la Cámara de Diputados.

La autora es  Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión