En México, la sumisión del Congreso de la Unión al Presidente de la República no tiene ni un ápice de nueva.

Por el contrario, esa postura ha sido una indeseable constante en esa relación, creada y alimentada por el que fue partido hegemónico durante décadas, el Revolucionario Institucional.

Viene al caso señalar lo anterior por lo que ahora es una permanente acusación a las actuales cámaras de diputados federales y de senadores, en lo que respecta a su obediencia a ciegas al mandato que antaño procedía de Los Pinos y hoy tiene su origen en Palacio Nacional.

Recordaré en este espacio sólo un pasaje del nutrido anecdotario formado al paso de esa larga fila de años sobre ese tema.

Corría 1981 y con él también el penúltimo año del mandato de José López Portillo y Pacheco.

El entonces líder de la Cámara de Diputados, Luis Marcelino Farías Martínez, quien había ocupado ya ese cargo en 1960, citó a una reunión extraordinaria a la bancada del PRI, en ese tiempo tan numerosa y aplastante como es hoy la de MORENA.

El motivo se supo después: Una incipiente rebeldía de algunos legisladores a acatar las órdenes –no eran otra cosa– del Presidente, por lo cual Farías los llamó a cuentas con una frase inicial que se filtró a la prensa de acuerdo a los relatos de esos días. Palabras más, palabras menos:

“Señoras y señores, antes que otra cosa, quiero confirmarles que ustedes no están aquí por su cara bonita. Están aquí porque lo decidió el Partido y porque lo decidió el Presidente”, dijo, para agregar en el estilo norteño propio de su Estado natal, Nuevo León: “O jalan o se van”.

Ahí terminó el conato de desobediencia. Nadie quería –y con seguridad tampoco hoy nadie quiere– bajarse del carro de la revolución ni dejar de saborear las mieles del presupuesto.

Eso, es exactamente lo que sucede ahora. En el presente, buena parte de los diputados y senadores morenistas, verdes, petistas y uno que otro “pesista”, integran una corte de zafios, ignorantes, impreparados y hasta granujas, que fuera de oprimir un botón para aceptar o rechazar según sea la instrucción, no quieren perder su lugar en las filas gubernamentales, sea en la misma curul o en otra encomienda otorgada por sus buenos oficios en el arte de inclinar la cabeza.

Es lo que hacían los priístas cuando el Presidente era del mismo partido y es lo que hacen ahora los morenistas. Nada nuevo ni nada de qué espantarse, insisto. Es como poner el mismo nombre, pero diferente apellido.

Sin embargo, es menester recalcarlo: La permanencia de esa costumbre no la hace válida ni tampoco moral. Por el contrario, cada año que se repite es más vergonzante. Tratar de aceptarla como lo correcto “políticamente” es como admitir que matar está bien si se repite una y otra vez.

Así que dejemos de sentir extrañeza por esa postura aunque nos quedemos con la preocupación. Usted, su vecino, su compañero de trabajo, su familia, tendrán la palabra el 6 de junio.

El problema será otro: Ya sabemos quienes nos gustan o no nos gustan, pero el dilema se presentará en una pregunta: ¿Por quién demonios votar?…

UN RECONOCIMIENTO VÁLIDO

Y cambiando de tema, podrán decir misa los opositores a la administración municipal que hoy encabeza Pilar Gómez en Victoria, pero la repavimentación que se está aplicando en nuestra capital merece ser valorada.

Cuestionar si es una agenda programada o acciones eventuales derivadas del proceso electoral, a su servidor es lo que menos le importa. Me agrada y mucho, ver a mi ciudad adoptiva con calles dignas, aún en sitios donde ni la mano de Dios se aparecía.

Como victorense arraigado, como conductor o como pasajero, aplaudo ese trabajo. Esta ciudad se lo merece…

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