La Iglesia Católica tiene una Liturgia que es celebrar la muerte y Resurrección de Jesucristo, ésta tiene un ritmo que se llama Año Litúrgico, el cual no se va contando con números, simplemente termina uno e inicia otro. Y cada vez que se aproxima el fin de un Año Litúrgico, la Palabra de Dios que se proclama en la misa dominical, de manera particular el Evangelio habla de lo que será el fin de este mundo.

Y este domingo es uno de los últimos domingos del Año Litúrgico, y tanto la primera lectura tomada del libro del profeta Daniel, como el texto del Evangelio Mc. 13:24-32, tocan el tema: “Será aquel un tiempo de angustia como no lo hubo desde el principio del mundo”. “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Y el evangelista añade: “cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta”.

Las adversidades generan preguntas. Pero no es válida la postura que se conforma creyendo que todo es voluntad de Dios. Las “interpretaciones pietistas” y las “teologías baratas” nos han hecho creer que Dios nos castiga. Visto así, todo lo que sucede (guerras, hambre, desastres naturales…) es un aviso de que el mundo está llegando a su fin.

Se encuentra una clave en las Bienaventuranzas: “Felices los perseguidos por causa del bien, porque el Reino de los cielos les pertenece”. Si no hubiese una causa justa que justifique y explique las adversidades, entonces todo lo que pasa en esta vida es, simplemente, una injusticia de Dios. Para comprender lo que significa que “el fin ya está cerca y está a la puerta”, es indispensable volver la mirada hacia la pequeña parábola de Jesús de la higuera: “Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca”.

Los brotes son signo de vida y renovación, el verano es un tiempo de esplendor y abundancia, con él termina el tiempo de la espera y se recogen los frutos, la herencia de la tierra.

Jesucristo invita a hacer una lectura profunda que lleve más allá de la interpretación literal. De lo contrario, nos convertiremos en profetas de la desventura, predicando la destrucción y la muerte.

Se puede orar con palabras del Salmo 15: “Enséñanos, Señor, el camino de la vida. El Señor es la parte que me ha tocado en herencia: mi vida está en sus manos. Tengo siempre presente al Señor y con él a mi lado, jamás tropezaré”.

Que el buen Padre Dios le conceda su amor y su paz.