Yo quería tener muchos hijos, tantos o más de los que mis padres engendraron; cuando niño me preguntaban sobre eso durante las fiestas de cumpleaños de mis hermanos, recuerdo que me decían: ¿Y tú Salomón, cuántos hijos piensas tener? Yo contestaba: Tantos como estrellas tiene el cielo. ¿Y por qué quieres tener tantos hijos? Porque imagino que el tener muchos hijos es la mayor riqueza que puede tener un hombre, así lo creo, porque si esto no fuera de esta manera ¿por qué Dios tiene tantos hijos en la tierra? Esto es, porque él sabe que es una verdadera bendición el tener mucha descendencia, por eso premiaba a todo aquél que hiciera su voluntad. Yo tengo nueve hermanos, me decía mi madre que en realidad fuimos catorce, pero cuatro de mis hermanos no llegaron a gozar de la vida como Dios lo había dispuesto. Un día le pregunté a mi padre: ¿Por qué somos tantos? él me contestó: Porque así lo quiso tu madre, a esa respuesta me quedé callado, intuí que esa no había sido su voluntad.
Yo quería tener muchos hijos, pero, Dios quiso que sólo tuviera tres, como la mayoría de los recién casados de mi tiempo, le pedía a Dios que mi primer hijo fuera varón, como antes no había ultrasonidos, la única forma de saber el sexo, era esperar a su nacimiento; cual fue mi sorpresa cuando al salir de la sala de partos, la enfermera, me enseñó solo la cara de mi hijo, pero cuando vi aquellos enormes ojos color miel asomarse entre la sábana y su abundante cabello rizado, me enamoré inmediatamente de aquella hermosa creación del amor, le entregué la ropita para cambiar el niño era un juego de camiseta y una trucita de color celeste, y un cobertor del mismo color, fue entonces cuando la enfermera me dijo: Es una niña, la verdad ya no me importó el sexo de mi bebé. Cómo olvidar aquella su primera mirada, yo juraba que me había reconocido y que me pedía la abrazara para hacerla sentir todo mi amor. Después vendría mi segunda hija, y sentí la misma emoción de la primera vez, me dije: esto ha de ser lo que es el amor, volver a sentirse vivo en la presencia de un ser tan pequeño, tan tierno, tan necesitado de mi espíritu. Cómo ya estaba acostumbrado a tener hijas, cuando nace mi tercer hijo, no le creí al pediatra cuando me dijo que había sido varón, tuve que ir por mi madre para que revisara al niño y ella sonriendo me dijo: Es niño, entonces me dirigí a una tienda de bebés y compré ropa para niño.
Con el tiempo los padres nos vamos comprometiendo tanto con el trabajo, preocupados para que no les falte nada a nuestros hijos, que no reparamos en el hecho, de que lo que más necesitan nuestros pequeños, es amor, hacerlos sentir amados y seguros, no sólo quitarles los obstáculos del camino para que logren sus metas y disfruten a plenitud su vida. Cuando llegan los nietos, empezamos a repetir el proceso paternal, pero ahora con mayor sabiduría, y empezamos a amarlos doblemente, olvidándonos, que nuestros propios hijos necesitan, a pesar de su edad, sentir que no hemos dejado de amarlos, pues resulta, que continuamente les estamos observando cómo deben de tratar a sus propios hijos, mermando su autoridad y el apego a su origen.
El amor que siento para con mis hijos y nietos es el mismo, pero nunca olvidaré que a mis hijos les he quedado a deber muchos abrazos y muchos besos y le pido a Dios me dé la oportunidad de hacerlo, esperando que ellos los reciban con el mismo agrado y amor con el que deseos obsequiárselos.
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