Hacer de todo algo bueno, hacer de la vida una prologada y animada fiesta, donde todo es alegría, para no olvidar la dicha de haber sido tan afortunado de haber nacido con el valor agregado para disfrutar; olvidar todo lo que no va conmigo y tuve que adoptar, para simular estar herido como los demás.
Hacer de todo lo que siempre he deseado para mí y para los demás, sin tener que negociar un poco del tiempo que le robo a los demás, para poder contagiar un poco de felicidad.
Hacer de la lluvia, el gozo que refresca nuestra cara, sin el temor del presagio tenebroso de que te vas por ello a enfermar, caminar descalzo entre la tierra sin pensar que de lodo te puedes embarrar.
Poder frenar los pensamientos oscuros, que todo día luminoso y feliz quiere nublar, no darle permiso a la mente, para que aproveche la oportunidad de darle a nuestra debilidad el pretexto, y la vida nos pueda arruinar.
Sentarte a tus anchas en la banca consentida, de la plaza más cercana a tu hogar, aquella en la cual te ponías a platicar con tu mejor amigo, ayer, cuando no se veía mal, cuando por las bromas te ponías a carcajear, sin que nadie se sintiera ofendido, pensando que hablabas mal de su figura o caminar.
Subirte a la bicicleta y en la parrilla poder pasear, a la mujer más coqueta del barrio, para que todos supieran quién es su galán.
Llegar a la refresquería del paseo dominical, a saborear un delicioso machacado de piña estilo Yalalag; después reposar la cabeza en las suaves piernas de la mujer, con la que te habrías de desposar, vigilando que el policía nos pudiera infraccionar.
Algo bueno debemos de tener los que no podemos olvidar, que se podía no contar con mucho dinero, pero el tiempo, el valioso tiempo de juventud y la salud, eran el mejor tesoro para disfrutar.
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