¿Te has preguntado alguna vez qué es lo que te ha alejado de las personas que amas?
Con esa pregunta se rompió el silencio, levanté la mirada después de haber pasado unos minutos observando al suelo en busca de nada, o tal vez, esperando que en la tierra apareciera un mensaje divino, como en aquella ocasión, en la que Jesús, como desentendiéndose del acoso de los que pretendían tentarle para poder acusarlo, lo incitaban a que respondiera de acuerdo a la ley de su tiempo, en el que se juzgaba a la mujer adúltera.
Y decía, levanté la mirada, para ver de dónde provenía aquella dulce voz, y me encontré que sentado sobre aquel montículo de piedra, se podía definir a través de aquel intenso brillo de un potente rayo de sol, la fina figura angelical de quien buscaba conciliación para un espíritu temeroso de perderse en el desierto de su soledad.
Imposible seguir viendo aquella intensidad de un todo que despedía vibraciones, tan positivas, cómo para calmar la ansiedad y sacudir la deprimente sensación de estarse desintegrando en el aire, comprendí entonces el por qué a Dios Padre nadie lo ha visto jamás; y bien, regresando a la pregunta, temor me daba responder, por pensar que podía equivocarme, así, como cuando a pesar de haber estudiado la lección, y se está frente al maestro, que ante su imponente figura de autoridad, se paralizan las cuerdas vocales del discípulo; mas, cómo poder ocultar la verdad, ante quien es el hacedor de todo cuanto existe, incluyendo esta, mi pequeña humanidad, por lo que, avergonzado y mirando al suelo, con mi dedo índice de la mano derecha escribí sobre el polvo fino que cubre la tierra que piso: Señor tú lo sabes todo y como si hubiese escrito sobre la divina palma de su mano derecha, él contestó: Quiero saberlo por tu boca. Y las palabras del suelo, pareciendo desprenderse de él, chocaban contra la barrera de las montañas cercanas, resonando como un poderoso eco: Dímelo tú, quiero saberlo de tu boca. Entonces, armado de un valor ficticio y temblando como un siervo acorralado, dije: Señor, lo que me ha alejado de las personas que amo, es mi falta de fuerza espiritual. El Padre respondió: Te he dotado de la fuerza necesaria para nacer, para crecer, para caminar, para comunicarte, para amar, para madurar, para transcender, ¿por qué te empeñas en valerte de tu propia fuerza para lograr todo lo que anhelas? Porque sabiéndome débil, puedo conocer mi naturaleza, porque para vencer todo lo que me impide nacer, crecer, caminar, comunicar, amar, madurar y transcender, tengo que derrotar todo sentimiento mezquino, que no me permite levantar la cabeza, para poder sentirme digno hijo tuyo.
Entonces Jesús dijo: “El que de vosotros se halla sin pecado, tire contra ella el primero la piedra” (Jn 8:7)
Para acortar distancias con los amados, de los cuales nos hemos distanciado, primero reconozcamos la parte de la culpa que nos corresponde en el distanciamiento, seguro estoy, de que haciendo lo recomendado, encontraremos que nuestro brazo carecerá de la suficiente fuerza como para lanzar reclamos, injurias y reproches. Ama a tu prójimo y no juzgues, sólo así encontrarás el camino, para salir del desierto de la soledad en el que te encuentras.

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