Circula en las redes un texto cuyo propósito es defender a Andrés Manuel López Obrador.

Lo titulan “Yo sí votaré y votaré por un loco”.

En apretado resumen, ensalza los logros del tabasqueño durante su paso por el gobierno del entonces Distrito Federal, que en proporción al gigantesco gasto público que ejerce la ahora oficialmente Ciudad de México, es lo que se espera de cualquier alcalde, guardadas las proporciones con sus exiguos presupuestos y tamaño de sus respectivos municipios.

No es mi intención restarle méritos al trabajo público de don Andrés ni minimizar sus aparentes buenas intenciones. Debe poseer ambos atributos, como se advierte en las presuntas cualidades que su defensor o defensores exhiben en el mensaje al que hago referencia.

Pero como asienta el mismo texto, lamentablemente no deja de actuar como un loco. No digo que lo sea, sino que en muchos casos se comporta como tal.

Y me preocupa como ciudadano, como padre de familia. Le diré, si me permite, por qué.

Tal vez sí podría acompañar al virtual candidato de Regeneración Nacional a la Presidencia de la República en soñar, como invita el mensaje. No cuesta nada y podemos construir castillos en el aire sin dañar a nadie. Es hasta romántico.

Pero hasta ahí.

No comparto sus extravíos en lo relativo a sus promesas, que jamás pueden tomarse como compromisos reales. Necesitaría en su gestión el presupuesto de 5 sexenios o 30 años para cumplir la mitad de lo que

ofrece. No hay economía que aguante un proyecto que lo primero que deja ver es a sus pies despegados de la tierra.

No coincido con su óptica cuadrada de no dar la razón a todo el que no se apega a sus ideas. Ese radicalismo es uno de los componentes de las dictaduras. Y me asusta ese panorama, no por mí que voy en el minuto 60 del partido, sino por mis hijos y los hijos de los demás mexicanos.

No puedo pensar igual en su planteamiento sobre una amnistía a los criminales para que ceda la violencia y muerte. Me encantaría que Andrés Manuel fuera una especie de encantador de serpientes y que con ese don lograra someter a quienes llevan la furia en sus entrañas, pero si el gobierno y los mexicanos en general nos auto obligáramos a olvidar esos trágicos agravios, no existe garantía alguna de que los beneficiados no volverían a cometer los mismos delitos y algún día, penoso día, cualquier ciudadano afectado por esas circunstancias tendría que convivir -por el indulto otorgado- con quien victimó a su padre, a su hijo, o a su esposo. Si imaginarlo es difícil de aceptar, vivirlo sería terrible.

Lo confieso: en varios momentos de mi vida, en tentativas anteriores del creador de MORENA, he pensado en votar por López Obrador. Sin embargo, él mismo, con sus giros desorbitados y su incapacidad para escuchar y dialogar, se ha encargado de devolverme la carga de desconfianza y de incredulidad que me vuelven a convencer que no es la mejor opción. O como ahora se estila decir, que es la menos mala.

No. Al contrario de lo que ese texto señala, no pienso votar por Andrés Manuel López Obrador.

Acepto la posibilidad de sus buenos propósitos, acepto la posibilidad de que en realidad ame a México, acepto la posibilidad de que trataría de cumplir lo que ofrece y comparto su certeza de que este país necesita un cambio auténtico en muchos escenarios. Ojalá eso fuera suficiente.

Pero a final de cuentas, como asienta su apasionada defensa digital, también tendría que aceptar la posibilidad de que a mi país -con todo respeto como dice el propio AMLO- lo gobierne un loco. Y lo acepto también: es posible que lo haga.

Pero caer de la sartén al fuego, no me parece el mejor futuro…

LA FRASE DE HOY

“Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás…”

Albert Einstein

@LABERINTOS_HOY