Estados Unidos cada día se parece más a México.

Por favor, no se apresure a desmentirme. No me refiero a su holgura financiera, a sus altos salarios, a sus oportunidades de desarrollo personal y empresarial o a su nivel promedio de vida.

Lamentablemente, no. Quisiera en el alma que así fuera, pero la similitud se da en mi percepción, en un terreno más escabroso: el político.

Lance una ojeada a lo que ha hecho y sigue haciendo Donald Trump en el vecino país y después haga lo mismo con lo que México ha experimentado durante década tras década. O sería mejor decir sexenio tras sexenio.

Cada nuevo gobierno reinventa a nuestra querida Patria. Cada nuevo gobierno maldice a su antecesor y cada nuevo gobierno “descubre” que lo que llevó a cabo quienes le antecedieron sirve sólo para la basura, porque las mejores ideas, los mejores proyectos y las mejores acciones llegan hasta que el sucesor se sienta en la silla del poder.

Era y sigue siendo una costumbre atávica en cada administración pública nacional, sea federal o estatal. Se ha dado tantas veces esa experiencia, que destruir para volver a construir se ha convertido en una especie de insana costumbre –y por lo tanto aceptada– de prácticamente todos los gobernantes recién estrenados.

¿Y cuál es la novedad –que ya empieza a envejecer– en esta recapitulación?

En mi opinión, que ahora ya no tenemos que esperar a los nuevos gobiernos para presenciar –por el espectáculo no por los animales– ese circo de tres carpas. La satanización empieza desde las precampañas de los candidatos y prosigue en sus campañas oficiales, sea cual sea la posición que buscan.

Y más allá de lo novedoso, me parece preocupante.

Si escuchamos a los candidatos de otros partidos que no san el que aún está en el poder, pareciera que desde hace muchos años sobrevivimos en un manicomio, en una selva o en una sucursal del infierno, aunque en el último caso la inseguridad sí nos acerca a éste.

Desde su perspectiva electoral de esos hombres y mujeres, todo está mal, todo está perdido si no son ellos los ganadores, todo es oscuro si ellos no encienden la luz, todo se va a ir al drenaje si ellos no controlan la llave.

La pregunta es: ¿Cómo han prosperado tanto ellos mismos durante esas mismas décadas?

Ricardo Anaya posee una envidiable fortuna personal y familiar que suma varios cientos de millones de pesos –quizás miles– que no hubiera podido amasar, lícitamente como él asegura, si no hubiera tenido acceso a puestos de poder público o a la tranquilidad de que nadie le quitaría su dinero en sus inversiones. Andrés Manuel López Obrador ha vivido como sultán, con grandes comodidades, también durante décadas en el mismo país que condena brutalmente, bajo el sistema que le ha permitido atesorar un patrimonio cuya cuantía disimula con éxito pero que sus hijos exhiben con generosidad.

¿Por qué decir que todo está mal entonces?… ¿Por qué pedir casi la crucifixión de anteriores gobernantes o de quienes están en el poder, si esos mismos candidatos catastrofistas son una muestra evidente de que el país marcha?… Y marcha bien si se mide a la luz de lo que han obtenido.

Se tardó Estados Unidos en seguir el mal ejemplo mexicano. Tenía que llegar un desquiciado como Trump a la Presidencia de esa nación para que piense, como nuestros gobernantes, que sólo lo que él plantea es lo correcto y que todos los que no están de acuerdo con él deben ser eliminados.

Por su actitud, podría ser “Mr. Donald” cualquiera de los presidentes o gobernadores que ha tenido –y en algunos casos sufrido– nuestro país.

¿A poco no se parecen cada vez más los políticos gringos a estos hijos de la… bendita tierra que nos vio nacer?…

 

LA FRASE DEL DÍA

“Ante una lista de candidatos se piensa que, felizmente, sólo puede ser elegido uno…”

Noel Clarasó/Escritor español

 

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